Os presento a Rosa, una mujer estupenda que os enamorará en cuanto la conozcáis mejor. Podéis leer su historia o escucharla en la voz de otra periodista y escritora sevillana, Berta, también Carmona (Benjamín me asegura que es pura casualidad).
Rosa es uno de los personajes más importantes con los que se cruza Alberto en su camino Con la vida a cuestas. Pero no os voy a chivar detalles. Vale la pena que leáis el libro. La versión digital, que incorpora otros nueve fragmentos de audio, estará disponible muy pronto.
Os dejo con Berta y Rosa…
Rosa Carmona era una periodista sevillana a la que la crisis había obligado a reconvertirse. Como tantos otros periodistas, se quedó en paro después de que el periódico en el que trabajaba tuviera que echar la persiana. A sus treinta y tantos y una larga carrera profesional desarrollada íntegramente en el ámbito de los medios de comunicación, decidió buscar empleo de lo suyo, pero lo que le ofrecían era basura. No estaba dispuesta a aceptar basura, ni se resignaba a buscar trabajo de “lo que fuera”, de modo que se planteó un nuevo reto: encontrar la manera de vivir de lo que más le gustaba hacer, que era escribir.
Inundó las redacciones de los diarios tradicionales y de los digitales de artículos de opinión y reportajes que publicaba en su blog, con la esperanza de que alguien considerase una buena inversión pagar por sus escritos. Consiguió alguna colaboración en un par de medios locales, que le reportaban unos ingresos ridículos.
A los pocos meses llegó a la conclusión de que por ese camino estaba condenada a comerse los mocos, así que se reunió consigo misma para plantear una nueva estrategia.
“Te gusta escribir. Lo haces bien. Te gusta viajar. Te gusta escribir sobre lo que ves cuando viajas. No tienes ninguna obligación que te ate a tu vida actual. Estás cobrando el paro. Es el momento de liarse la manta a la cabeza”. Y eso hizo.
Dedicó el siguiente año a viajar por España de la manera más económica posible y a explicar la aventura en su blog de forma novelada, desde el punto de vista de un personaje ficticio. Así fue como cobró vida Nadia Montes, una investigadora muy especial que acabaría llamando la atención de una editorial especializada en guías de viaje.
Sus responsables vieron en Nadia un filón para hacer más atractivas las típicas guías. Apostaron por convertirlas en libros de aventuras cuya trama se desarrollaba en escenarios reales. Y el experimento funcionó, de forma que Nadia consiguió una colección propia.
Rosa había sido bastante modesta con Alberto, pues ya había publicado cinco novelas, y en aquel momento estaba inmersa en la sexta, ambientada en buena parte en la provincia de León.
La escritora se había adaptado bien a aquella vida, siempre viajando, descubriendo nuevos lugares y gente interesante; siempre escribiendo, y acompañada por su peludo amigo.
No echaba de menos el hogar, ni las cosas que tradicionalmente van ligadas al hecho de tenerlo. No se arrepentía, por ejemplo, de haber dejado pasar la oportunidad de ser madre. No había sido una decisión consciente, pero tenía claro que no quería ser madre soltera y nunca había encontrado a la persona que le hiciera despertar el instinto maternal. Ahora, a los cuarenta y dos años, se consideraba demasiado mayor para criar a un hijo, ni aunque las circunstancias fueran diferentes.
De hecho, nunca había encontrado a la persona que le hiciera sentir que se estaba perdiendo algo que mereciera la pena por no tener una relación. Cuando comparaba a los tíos que se cruzaban en su vida con Íñigo, siempre salían perdiendo. Cómo iba a tomar en serio a hombres que eran menos interesantes que un perro, por mucho que el suyo fuera el mejor perro del mundo.
Durante su etapa en el periódico había tenido varias parejas. Entonces no tenía perro, pero de haberlo tenido la conclusión habría sido la misma.
Total, que había acordado consigo misma que, salvo sorpresa inesperada, los hombres servían para satisfacer sus necesidades sexuales… y a menudo no lo conseguían.
Rosa era un espíritu libre, que disfrutaba de su independencia. A la vida no le exigía más que la oportunidad de vivirla, y era así como lograba exprimirla para saborear hasta la última gota de jugo.