Hola, María.
Anoche pensé en ti. Lo hago de vez en cuando, pero esta vez te colaste en mis pensamientos sin pedir permiso. Te echo de menos. Sería mentirme a mí mismo no reconocerlo. Echo de menos tu risa, tu pelo revuelto, tu aroma, tus besos. Echo de menos nuestras discusiones, tus enfados, tus reproches, las reconciliaciones en torno a una tableta de chocolate negro.
Te echo tanto de menos que me duele pensar en ti y, sobre todo, me duele la forma como te fuiste. Entonces no fui consciente de cuánto me dolía, pero ahora sí. Ahora que noto que empiezo a ser una persona viva otra vez, que he dejado de ser un zombi, es cuando más siento el dolor por lo que pasó y cuando menos comprendo que me dejaras de la forma como lo hiciste.
Te tengo que pedir un favor. El último. Necesito que te vayas definitivamente. No puedo seguir adelante si tu recuerdo doloroso me visita a cada momento. Quiero avanzar, dejar atrás el pasado y ser capaz de construir nuevos recuerdos.
Ayer fue un día genial, el mejor desde que desperté en medio de la peor pesadilla que uno podría temer. Ayer me sentí vivo de nuevo, pero los recuerdos, tu recuerdo, me impidieron disfrutarlo.
Sé que es un camino largo, que nunca volveré a ser la persona que era, pero ayer tuve sensaciones que creía imposible recuperar y me sentí bien. Sentí que merezco esta segunda oportunidad, pero para aprovecharla necesito que tu recuerdo no sea más que eso, un recuerdo. Te pido que no me acoses, que no me impidas vivir… No sabes cuánto me duele escribirlo…