Tengo la impresión de estar inmerso en un sueño. No en el sentido romántico de la palabra, no porque sea una situación idílica, sino porque no me parece que lo que estoy viviendo sea real. Es como si mi vida de verdad hubiera hecho un paréntesis para permitirme experimentar una especie de juego.
Si me veo desde fuera no acabo de creerme que este tipo que ha dejado de pensar continuamente en su drama personal para preocuparse por otros dramas personales sea yo. Temo que en algún momento la burbuja explotará y volveré a sumirme en el pozo de la nostalgia.
Estos últimos días he conocido a varias personas con historias realmente trágicas, tanto o más que la mía. Algunas son ejemplo admirable de superación, de adaptación a la realidad, lo que demuestra que las personas ansiamos, ante todo, vivir, por muy duro que haya sido el camino.
Otras buscan, como yo, un nuevo comienzo, y lo que más me sorprende es que he llegado a compadecerme de alguna de esas historias. De hecho, ahora mismo formo parte de una de esas vidas destrozadas desde antes de empezar a vivirla. Me ha pedido ayuda, que le acompañe en este nuevo inicio, y aquí estoy, viviendo una vida que no es la mía y que, pensándolo fríamente, no sé si quiero vivir.
Una pausa en este viaje que espero que no sea a ninguna parte.