Náufragos que se encuentran, un fragmento de ‘Con la vida a cuestas’

Nájera

Monasterio de Santa María la Real, en Nájera.   Foto: Mónica Esteban

Ha pasado tiempo desde aquel viaje sin rumbo, cuyo destino era encontrarme. Un viaje que inicié sin ilusión ni esperanzas, pero que acabó transformándome, gracias sobre todo a la gente que fui encontrando en el camino. Como Miguel, el primer navegante solitario con el que topé, que me llevó a La Rioja y a empezar a darme cuenta de que éramos muchos los náufragos que va dejando la vida.

Con la vida a cuestas es la novela que recoge mi aventura y la de varias de esas víctimas que, después de todo, y a pesar de las circunstancias, no dejan de luchar por mantenerse a flote. Os dejo con un fragmento de mi encuentro con Miguel Luján. Si os pica la curiosidad, aquí podéis leer varios capítulos más.

Tal y como había prometido Miguel Luján, aquella noche cenaron y durmieron en La Rioja, en Nájera, un bonito pueblo con varios edificios singulares y un agradable paseo junto al río Najerilla. Durante el trayecto Alberto atendió con resignación y paciencia a las inacabables anécdotas de aquel hombre que, por encima de todo, necesitaba ser escuchado. Le explicó su historia personal: que era padre de dos mujeres increíbles, independientes, excelentes estudiantes, la envidia de Llanes. Le aseguró que no guardaba rencor a su exesposa, a la que había conocido cuando trabajaba de camarera en uno de los restaurantes donde había colocado la mejor máquina Astoria. “La enamoré con este piquito de oro”, recordó con una sonrisa que desprendía una buena dosis de melancolía. Tampoco odiaba al adinerado abogado por el que ella lo había dejado. O eso dijo. Y para reforzar esa idea se esforzó en acentuar su inevitable sonrisa, aunque los ojos transmitieran otra cosa.

Aquellas revelaciones de quien tras quince años no había superado aún el abandono y lo suplía con una vida de entrega al trabajo, trasladaron a Alberto a los días de felicidad junto a María, antes de ser padres, y siéndolo. La punzada continuaba siendo muy dolorosa. ¿Perdonaría él a su compañera? ¿Comprendía su reacción? ¿Habría sido posible continuar juntos? Se lo había preguntando muchas veces, y lo seguiría haciendo, era inevitable. Hacía el esfuerzo por ponerse en la piel de ella, y entendía que el dolor la hubiera empujado a marcharse, pero le reprochaba la forma como había acabado todo. Tantos años juntos, siendo felices, borrados de un plumazo.

Pensar en su marcha llevaba asociado inevitablemente el recuerdo de Eloy, que lo invadía todo y le obligaba a llorar las lágrimas que ya no tenía. ¿Cuánto tiempo puede continuar latiendo un corazón destrozado?

Llegados a Nájera, Miguel llevó a su pasajero a un bonito hostal. Antes cenaron en un restaurante, donde Alberto disfrutó de la cocina riojana, de aspecto y sabor infinitamente más apetitosos que el menú de un área de servicio, convenientemente regada con vino de la tierra. Sólo le faltaba al vendedor la ayuda del alcohol para acabar de desenrollarle la lengua. Sorprendentemente, la conversación fue amena, alejada de pasados tristes y nostalgia. La combinación de la agradable velada, la buena comida, y un entorno acogedor por descubrir, ayudó a Alberto a dormir a pierna suelta. A la mañana siguiente se despertó temprano y salió a pasear antes del desayuno. El revitalizante aire fresco y el murmullo saltarín del río Najerilla le ayudaron a tomar una nueva decisión.

—Qué tal, amigo, ¿cómo ha dormido? —le preguntó Miguel cuando apareció por el comedor del hostal armado con la primera sonrisa del día.

—Muy bien. ¿Y usted?

—Yo siempre duermo bien. Y ahora a reponer fuerzas. Ya verá qué desayuno tan completo —dijo, señalando a las mesas en que aguardaban los manjares—. Por cierto, ¿ya ha pensado hasta dónde quiere llegar hoy?

—Tengo buenas noticias para usted: no me va a tener que llevar a ningún sitio porque me voy a quedar por aquí unos días. Me apetece conocer un poco mejor este lugar.

El agente comercial no pudo evitar que una expresión de contrariedad apareciera en su rostro.

—Bueno… Le confieso que lo lamento. No el hecho de que se sienta usted a gusto, por supuesto, sino que no vaya a acompañarme más. No es fácil encontrar buenos compañeros de viaje. —Alberto no tenía la impresión de haberlo sido—. En fin, entonces aprovecharemos el desayuno para celebrar esas buenas sensaciones que le ha proporcionado La Rioja. —La tristeza dejó paso al entusiasmo de nuevo.

Un rato después se despedían con un abrazo. A Alberto le incomodó el arranque afectuoso del hombre, pero también sintió una pequeña punzada de culpabilidad por “abandonar” a quien le había ofrecido su ayuda sin dudar y que estaba dispuesto a llevarlo a donde él le pidiera. Se dio cuenta de que incluso creyéndose el ser más desgraciado del mundo había otras personas que se sentían tan solas como él y necesitaban, agradecían incluso, el frío calor que proporcionaba su compañía. Unos oídos que escuchasen, unos ojos que aguantasen la mirada. El viejo Mercedes arrancó y, mientras desaparecía calle abajo, Alberto pensó que cuando parase en un área de servicio recordaría al risueño vendedor de máquinas de café.

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Por una vida auténtica

Imagen libre de derechos obtenida en pixabay.com

Imagen libre de derechos obtenida en pixabay.com

Navidad… Una palabra que me produce sentimientos encontrados. Recuerdo la Navidad de mi infancia, que era un torrente de emociones continuadas, positivas, por supuesto: las vacaciones en el cole; el ambiente que se respiraba en las calles, que yo, en mi inocencia infantil, percibía con una sensación permanente de ilusión, de que sólo podían pasar cosas buenas; la decoración navideña… Me encantaba preparar el belén, nos pasábamos horas buscando los materiales necesarios para crearlo y colocando figuritas; quedaba precioso. Hace muchos años que no lo monto. Supongo que en algún momento de la adolescencia dejé de verle la gracia… Y, la verdad, reconozco que tengo una espinita clavada por no haber seguido la tradición con mi hijo. A él le encantaría… Bueno, aún es pequeño, así que estoy a tiempo.

Recuerdo aquellos días tan fríos y mirar al cielo con la esperanza de que se nublara y empezara a nevar. En Barcelona era muy raro, y cuando caía alguna nevada que llegaba a cuajar, para los niños (y no tan niños) se convertía en el acontecimiento del año. A mí me sigue maravillando.

Me encantaban las reuniones familiares, aquellas largas jornadas de fiesta y juegos con mis primos, el turrón y los polvorones… Mis favoritos eran los roscos de vino y aquellos grandes, envueltos en papel blanco, que había que apretar bien antes de comerlos. Los compro cada año, pero, no sé si es cosa del recuerdo, no saben igual. En cuanto al turrón, lo acumulo en un armario de la cocina y cada cierto tiempo tengo que tirar tabletas sin estrenar, caducadas.

La lotería. Ya hace tiempo que no compro más que alguna participación por aquello del «y si toca», pero recuerdo lo emocionada que seguía el sorteo en directo, en la tele en blanco y negro, con el alma en vilo, segura de que caería algún premio millonario con el que mis padres nos comprarían, a mi hermana y a mí, bonitos vestidos, la bici que tanto se resistían los Reyes a traerme, y podríamos irnos de vacaciones en avión.

Los Reyes… Desde que soy madre he recuperado la ilusión por ese día que todos los niños esperan con impaciencia. Detesto el consumismo y el chantaje emocional al que la sociedad somete a los pequeños con la amenaza continua de que si no se portan bien los Reyes no les traerán nada, pero cuando veo cómo brillan los ojos de mi hijo mientras les escribe la carta y cómo disfruta con la cabalgata, sólo puedo sumarme a la fiesta. De hecho, estos últimos años esos han sido los únicos momentos en que he sentido que la emoción no se había extinguido por completo de mi vida.

Sí, la Navidad junto al gilipollas con el que desperdicié tantos años se transformó en una época tan gris como el resto del año. Las reuniones familiares, todas dignas de olvidar, igual que nuestra relación. Raúl fue lo único bueno que salió de ahí. Y menos mal… Menos mal que tengo a mi hijo, porque es él quien hace posible que haya empezado a recuperar el tiempo perdido.

Me pregunto el porqué de esa transformación colectiva que hacemos en Navidad. Por qué compartimos mesa, no una, sino varias veces en pocos días, con gente a la que no soportamos, con la que evitamos el contacto durante el resto del año. Por qué ese derroche de buenos deseos, cuando resulta que el resto del año no somos capaces ni de dar los buenos días. Por qué tanta alegría, tanta fraternidad, tanta solidaridad… tanta fachada que en la mayoría de los casos no es más que el recubrimiento de edificios vacíos o en ruinas.

El capullo con el que me casé brindaba conmigo y me besaba después de que nos comiéramos las uvas, cada Nochevieja. Me miraba a los ojos, sonriente, y me decía «te quiero». Y yo era tan mojigata que me lo creía. Hasta que no se largó no me di cuenta de la gran farsa en la que había estado metida. Bueno, no me quise dar cuenta hasta entonces. Y ahora me parece increíble que aquella tonta fuera yo. ¿Por qué lo aguanté tanto tiempo? ¿Por qué me empeñaba en seguir atrapada en una vida tan gris, en la que estaba totalmente anulada?

Nos conformamos con tan poco… Once meses de existencia insípida, de ir tirando, sin sueños, sin riesgos, sin inquietudes, sin atrevernos a ser la persona que nos gustaría ser, que merecemos ser, y un par de semanas, entre la playa en verano y las fiestas de Navidad, de falsa alegría. A eso se reduce la vida de tantísima gente.

Yo ahora no me lo explico. No podría volver a eso. Me merezco una vida plena, emocionante, en la que reír y llorar, en la que convivan la ilusión y el dolor, en la que lo que suceda sea consecuencia de mis decisiones. En definitiva, una vida auténtica.

Y la Navidad la pasaré con quien me apetezca, si me apetece. Con mi hijo, por supuesto. Y brindaré sólo con quien lo merezca, y puede que comparta bonitos mensajes en Facebook o en mi blog, pero será porque quiero hacerlo. Y nunca más, lo prometo, me traicionaré a mí misma. Nadie debería hacerlo. La autenticidad duele al principio, sobre todo si has estado inmersa en el letargo de una vida insípida, pero una vez la pruebas, no quieres renunciar a ella.

Lo mínimo que deberíamos esperar del mundo en el que vivimos es que se nos permitiera soñar con llevar a cabo nuestros sueños. Y sí, ya sé que soy un personaje literario, pero es un pensamiento perfectamente aplicable a las personas de carne y hueso.

¡Feliz Navidad!

El limbo de los libros olvidados no es un concepto romántico

Con la vida a cuestas

‘Con la vida a cuestas’, en la Casa Rural La Cueta Alto Sil.

La última vez que me asomé por aquí dediqué mi reflexión a los personajes literarios, concretamente al espacio que ocupan en la mente del autor, y cómo pasan de ser el centro de toda su atención a un mero recuerdo, cariñoso, agradable (o no), emotivo en el mejor de los casos.

Yo puedo considerarme una privilegiada porque dispongo de un espacio propio al que mi creador dirige su atención de vez en cuando, así que por ahora no corro el peligro inmediato de caer en el olvido.

Pero (si habéis leído Con la vida a cuestas) sabéis que no soy conformista, ya no. La vida es demasiado corta y no ofrece tantas oportunidades como para limitarse a verlas venir. No es tan fácil darse cuenta de ello ni, lo más importante, pasar a la acción. Quién sabe, si el cabrón de mi ex no se hubiera largado seguramente ahora seguiría siendo una mojigata ignorante, atrapada en una existencia sumisa e invisible.

De todas formas, hoy no pensaba hablar de mí, no al menos en exclusiva.

En mis largas temporadas de silencio tengo mucho tiempo para pensar, y últimamente he estado profundizando en la reflexión sobre la supervivencia de los personajes. Puede que el tema me esté obsesionando un poco…

Hay algo indiscutible: los personajes literarios tenemos una ventaja respecto a los seres de carne y hueso, y es que nunca morimos. Vale, sí, es obvio que algunos lo hacen en el curso del relato del que forman parte, pero vuelven a la vida cada vez que alguien abre el libro que habitan. Resucitan una y otra vez, no hay nada que limite nuestra esperanza de vida.

En la práctica, sin embargo, quizás no muramos, pero sí podemos quedar atrapados en el limbo de los libros olvidados. Y no, no es un concepto romántico para adornar cuadernos; es una grandísima putada.

En realidad, que eso ocurra es lo más probable por una simple cuestión estadística. Si cada año se publican millones de títulos en todo el mundo, que alguien lea ése del que formas parte (más allá de la familia del autor) ya es en sí un hecho sumamente improbable.

La cuestión realmente significativa entonces es: ¿qué más da que tu creador te recuerde con cariño o que incluso te conceda un blog si el libro que te da la vida no lo lee nadie?

Así que ahí me tenéis, atrapada en mi limbo particular, corroyéndome en mi inconformismo mientras me devano los sesos buscando la fórmula mágica que convierta a Con la vida a cuestas en un libro inmortal e inolvidable.

Benjamín me dice que no me preocupe tanto, que acabaré desarrollando una úlcera, pero claro, él ha escrito otras historias y escribirá más. No lo apuesta todo a una carta.

Y para que le dé una oportunidad al optimismo me enseña la foto que encabeza este texto. «Mira, es en La Cueta. Dalmacio tiene el libro a la vista de todos los que van a alojarse en la casa rural y lo recomienda. Asegura que muchos lo leen y que todavía no ha encontrado a ningún lector descontento. Así que, por los menos en Babia, estáis muy vivos».

Eso está muy bien. Sé que es más de lo que consigue la inmensa mayoría de novelas, pero ya os he dicho que soy inconformista, de modo que voy a seguir comiéndome la cabeza.

Mientras tanto, no estaría mal que leyerais Con la vida a cuestas y la recomendarais a todo el mundo.

Inconformismo

Mafalda inconformista

Me gustan las personas que no se conforman. Que pese a las circunstancias, por muy chungas que sean, se defienden con uñas y dientes, y no se detienen por muchos dientes y uñas (se) les rompan.

No es fácil. No lo es.

El inconformismo está muy penalizado, sobre todo cuando la inconformista es una persona de las de abajo, de las anónimas que no pasan de ser un número más en las estadísticas. Porque el camino lo va a tener que recorrer en solitario, sin recibir la complicidad ni las palmaditas en la espalda de nadie.

Pero aún más difícil que ponerte en marcha es darte cuenta de que no te conformas y tomar la decisión de que vas a luchar para cambiar las cosas.

A mí fue lo que más me costó. Y hasta que no me di cuenta de que el suelo se había abierto bajo mis pies y que me encontraba en plena caída libre hacia los infiernos, no reaccioné.

Ahora miro hacia atrás y me cuesta horrores reconocerme en aquella mujer. Me produce lástima, pero también me cabrea. ¿Cómo podía ser tan pánfila? ¿Por qué aguanté tanto? ¿Qué sentido tenía aquella vida en la que mi personalidad estaba anulada por completo?

Era como si me hubiera encerrado en una caja aislada del entorno, donde no había intercambio posible de ideas ni de sensaciones. Y cuando la caja se abrió y me encontré abandonada en un mundo con el que llevaba tanto tiempo sin interactuar, me sentí superada, más desamparada e impotente que nunca.

En esas circunstancias la tentación de caer en la autocompasión es muy grande; lo verdaderamente difícil es asumir la situación. Pero lo hice. Supongo que una chispa de la mujer guerrera y vital que soy se mantenía latente muy en el fondo, y no se sabe cómo, consiguió prender.

Benjamín cuenta mi historia en esa estupenda novela que es Con la vida a cuestas. Para mi gusto debería haberme dedicado más atención, pero ya he dicho que me gusta la gente que no se conforma, y resulta que en el libro tenía que compartir espacio con varios ejemplos admirables de inconformismo.

He pensado largamente sobre el tema, y he llegado a la conclusión de que el inconformismo puede ser una actitud ante la vida, que tiene que ver con la forma de ser y con la ideología, pero que también se puede llegar a él a través del instinto de supervivencia.

¿Cómo si no se puede entender el terrible viaje vital que lleva a cabo Edurne, esa anciana enigmática y sabia, “la bruja”, que un día en el que cualquiera habría deseado morir se encuentra con que a partir de entonces sólo conocerá el rechazo en su existencia? O Irina. ¿De dónde saca las fuerzas para imponerse a ese destino de pesadilla con el que había quedado marcada desde su nacimiento? También el viaje de Alberto hay que entenderlo a partir del instinto de supervivencia, porque no imagino un drama peor que la pérdida de un hijo. ¿De dónde saca uno la energía para seguir adelante?

Luego está el caso de Rosa. Debo reconocer que la envidio. Ojalá yo hubiera sido capaz de mantenerme siempre tan fiel a mi forma de ser. No es fácil ser coherente ni consecuente. Sin embargo, ésa es la mejor garantía de conservar la dignidad intacta. Esa dignidad que nos mantiene la cabeza siempre alta.

La verdad es que cuando pienso en ello me doy cuenta de que hasta que no empecé a exorcizar mis penas, mis iras y mis odios; hasta que no desnudé mi alma públicamente, a través de este espacio virtual, no empecé a descubrir a la verdadera Lorena, la que mi cobardía se había empeñado en anular.

Rosa es inconformista por naturaleza. Ella le marca el camino a la vida, y no al revés. Y ésa, ahora lo sé, es sin duda la mejor manera de vivir.

Nunca es tarde para dejar de conformarnos.

Más que un recuerdo

Obra de Fran Recacha

Cuadro de Fran Recacha que ilustra la cubierta de ‘Con la vida a cuestas’.

El primer día del año es un buen momento para volver a aparecer por aquí. Hace demasiado tiempo que no escribo en este paseo por la vida, así que seguramente habíais creído que lo había abandonado. Pero no. Llevaba tiempo pensando en regresar, pero como soy un personaje literario dependo de mi creador para teclear, y resulta que él está bastante ocupado con proyectos diversos que no le dejan tiempo para dedicar a esta humilde luchadora.

Benjamín ya está en pleno proceso de escritura de su siguiente novela, y, como me temía, una vez que su cerebro se ha llenado de nuevas tramas y personajes, nosotros, los que lo acompañamos durante tantos meses, hemos quedado relegados a un rincón de la memoria.

Sin embargo, yo no me resigno a convertirme en un simple recuerdo, y aquí me tenéis, empujándole a rescatarme, a darme voz de nuevo.

Los personajes de Con la vida a cuestas somos demasiado jóvenes aún como para que nos olviden. Tenemos muchas cosas que explicar y nos encantaría que hubiera mucha gente interesada en conocer nuestra historia. Os voy a revelar un secreto: sueño con convertirme en uno de esos personajes inmortales, como los de esas novelas que por muchos años que pasen, el tiempo no pasa para ellas.

Lo sé. Sé que es un sueño muy fantasioso, pero qué gracia tendría la vida si no la llenáramos de fantasía, de sueños por cumplir, de retos que afrontar.

Si habéis seguido algo de mi trayectoria, o si habéis leído mi historia, ya sabéis que la resignación la desterré hace tiempo de mi vida. Un 1 de enero es un buen día para abandonar lo que nos impide crecer como personas, para mirar hacia delante con optimismo o, al menos, con la resolución de no permitir que nadie dirija nuestra vida.

Es curioso que el personaje de un libro pueda plantearse algo así, ¿verdad? Entenderéis entonces lo curioso que resulta para mí que tantas personas de carne y hueso hayan renunciado a vivir, que se dejen llevar y anden inmersas en un bucle de realidad gris que les impide levantar la vista y plantearse que lo más importante que existe son ellas mismas.

Pero bueno, no quiero que penséis que soy otra gurú con recetas mágicas, ni que me cojáis manía como a esas frases sentenciosas ilustradas con bonitas fotos de paisajes y seres requetefelices. Nada más lejos de mi pretensión que parecerme a Paulo Coelho.

Sólo quería pasarme por aquí a saludar y a comunicaros que mi propósito para el nuevo año es aparecer más a menudo. Intentaré convencer a algunos de los otros personajes para que también lo hagan.

¡Feliz 2016!

Recuerdos que trascienden la ficción

Nájera

Monasterio de Santa María la Real, en Nájera.   Foto: Mónica Esteban

Viajar para huir. Eso hice yo. Huir de una realidad tan aplastante que me impedía respirar, que me hacía desear estar muerto. Como mi hijo… Pero no quiero volver a pensar en ello. A veces creo haberlo superado, pero otras muchas la tentación de dejarme llevar por el recuerdo es demasiado poderosa. La verdad es que esa mochila la cargaré siempre conmigo.

Yo no elegí mi vida. ¿Qué personaje literario lo hace? Las personas de carne y hueso tenéis la oportunidad de decidir. Sí, ya sé que las circunstancias a menudo son incontrolables, que el peso de la realidad puede ser tan asfixiante que te impida escapar, pero aun así, podéis decidir. Yo no. Yo me encontré con un accidente, debiendo superar la pérdida de Eloy y de María, mi compañera, mi apoyo constante, sin saber por qué. El escritor lo decidió todo por mí y me plantó ahí, vacío de esperanza y con un dolor inmenso que lo ocupaba todo.

Y entonces me hizo viajar. Bueno, no sé si toda la responsabilidad fue suya. Quiero creer que algo tuve que ver, que la sensación que me transmitió aquella canción en la radio, que aquel “click” que sentí y me empujó a coger un mapa fueron cosa mía.

Ese viaje a través de paisajes y de la memoria de tantas personas… personajes que encontré, me hizo cambiar. Acumulo nuevos recuerdos que me hacen sentir vivo, que han desplazado tanto dolor…, pero sigo siendo un personaje literario, ¿no es así? ¿Y acaso puede un personaje literario trascender la ficción, huir también de la mente de su creador?

A veces, cuando me siento lleno de energía, cuando me invade la certeza de que esas páginas de una novela en verdad son el relato de una historia real, estoy seguro de que sí. Y aunque jamás consiga un cuerpo físico que me otorgue la categoría de persona real, nadie me podrá negar que habré trascendido la mente de mi creador cuando alguien pase las páginas del libro que cuenta mi historia.

Río Najerilla

El río Najerilla, a su paso por Nájera.   Foto: Mónica Esteban

Por ejemplo, en la mente de Mónica e Iñaki, autores de las fotos que ilustran este texto, soy otro. No sé quién, pero seguro que alguien diferente, puede que incluso muy diferente del Alberto que surgió de la mente de Benjamín, el autor de Con la vida a cuestas.

Y esas fotos me traen recuerdos de sabor agridulce. Fue en ese puente sobre el río Najerilla donde mi viaje empezó de verdad. Desde allí divisé a aquella misteriosa anciana rodeada de gatos que acabaría haciendo saltar en pedazos mi mundo emocional, obligándome a recomponer las piezas. No os cuento más, quizás prefiráis descubrir mi historia vosotros mismos.

Con la vida a cuestas, seleccionado por Amazon para la promoción #AutopublicaConKindle:

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‘Con la vida a cuestas’ en Babia

Laguna Las Verdes - Babia

La Laguna de las Verdes, a los pies del Pico Montihuero.   Foto: B. Recacha

Hola. Soy Ana. Es la primera vez que escribo aquí y me da un poco de corte, pero Lorena ha insistido tanto que no he podido escaquearme. Dice que es muy importante que esta entrada la escriba yo, porque voy a ser la anfitriona y tengo que vender las bondades de Babia.

Total, que he acabado aceptando casi por agotamiento. No sabéis lo pesada que puede llegar a ponerse esta mujer. No sé de dónde saca tanta energía… ¿Qué…? ¿Que qué digo de pesada? Nada, nada, que eres un cielo…

En fin, yo a lo mío. Si habéis leído Con la vida a cuestas sabéis que paso el verano en La Cueta, con mi tío y mi abuela. La primera vez que vine, con mis padres, no podía creer lo que veía. Me enamoré al instante del paisaje, y desde aquel día deseaba que llegaran las vacaciones para volver.

También sabéis que en realidad soy rusa, aunque apenas me quedan recuerdos de mi niñez. Mi vida empezó a los siete años, el día en que mis padres me rescataron del orfanato de Moscú. Hasta aquel momento no recuerdo haber sonreído; y tampoco lo hice durante los primeros meses en Madrid. Creo que, en realidad, no abrí los ojos y el resto de los sentidos a la vida hasta el verano siguiente, cuando bajé del coche para conocer a mi tío y mi abuela.

Si os apetece, podéis conocer más sobre mi historia en la voz de María, lectora y amiga de Benjamín, el autor de la novela.


Pero la verdad es que no pretendía hablaros de mí, sino, sobre todo, de este pueblecito de la montaña leonesa donde soy tan feliz. Creo que Benjamín también se enamoró de Babia cuando vino hace ocho años. Por eso decidió ubicar buena parte de la acción de Con la vida a cuestas aquí, en La Cueta, en la casa de mi abuela, y por eso ha decidido volver ahora, este mes de agosto.

Creo que él os hablará con más detalle del tema… Ay, Lorena, no insistas tanto, deja que lo explique él, ¿no?… Está bien, ya lo digo yo, pero cuando Benjamín te eche la bronca a mí me dejas en paz… Bueno, pues resulta que además de para disfrutar del paisaje, la comida, la amabilidad de la gente, la naturaleza, las excursiones y los montones de cosas que se pueden hacer en Babia, Benjamín va a tener la oportunidad de presentar su segunda novela aquí, en el marco de una jornada literaria. No digo más, ya os lo contará él cuando se le baje la euforia.

¿Te parece suficiente? ¿Que le ponga más entusiasmo dices? Vamos a ver, si sólo vas a criticar ya podrías haberlo escrito tú… Sí, sí, ahora hazme la pelota con lo de “niña preciosa”. Pues que sepas que no me gusta nada que me llamen niña, que tengo ya casi veintidós años y sé apañarme muy bien solita.

Ay, no puedo con ella. Lo dejo aquí. Encantada de conoceros. Ya volveré otro día para contaros cosas de Babia. Tenéis que venir.

Ser consecuente

Oscar Wilde

Cuando una decide ser consecuente y guiar su vida en base a unos valores y unas reglas determinados, corre el riesgo de perder cosas muy buenas.

Al principio puede parecer absurdo, te puedes arrepentir y repetirte que estás siendo estúpida, pero a la larga ser consecuente siempre es la mejor opción.

Las últimas semanas he estado viviendo en una burbuja, parecía la protagonista de una historia de cuento. Me sentía una especie de Cenicienta o de Julia Roberts en ‘Pretty woman’ (obviando la parte prostituta del asunto). El problema es que yo no estaba enamorada del príncipe azul. Me sentía, más bien, su mejor amiga, con derecho a roce, sí, pero la magia se rompió cuando supe que él bebía los vientos por “su princesa”.

He sido honesta y consecuente, así que vuelvo a estar disponible. ¿He sido estúpida? Si fuera una persona superficial, de las que sueñan con sacrificar su dignidad por una vida de lujo, sin duda. Pero yo no volveré a sacrificar mi dignidad. No volveré a autoengañarme ni a engañar a quien confíe en mí, y mantener esa relación habría sido un engaño. No va conmigo; ya, no.

Quiero construir un relato sólido, que contraste con la mojigata que era, que sirva de ejemplo para mi hijo, no para que lo copie, sino para que crea de verdad en que el mejor camino es siempre el del respeto a uno mismo.

Hay salida

Lirios

“Que mi propia experiencia pueda ser ejemplo para otras personas que lo están pasando mal me motiva a seguir escribiendo, a explicaros que, por difícil que resulte de creer, sí hay salida. Siempre la hay”.

El texto no es mío. Lo escribió Lorena hace unos días. La foto de Louise que pone cara a sus palabras, siempre motivadoras, es toda una declaración de intenciones, aunque me atrevo a decir que ella jamás saltaría desde un acantilado. Seguramente ese era el mejor final posible para la peli (siento chafárselo a quien no la haya visto), pero, como dice ella, “siempre hay salida”.

Estaréis de acuerdo conmigo en que es una persona ejemplar. He aprendido de sus textos, y sus comentarios me han ayudado a superar momentos de duda, que los he tenido (muchos) en los últimos meses.

“Hay salida”, dice Lorena. Cuando escribí el primer post, justo antes de iniciar este viaje en busca de la mía, habría leído algo así con una mueca de escepticismo. Pero ahora le tengo que dar la razón.

El pasado no se olvida, viaja en una mochila que puede ser muy pesada y destrozarnos la espalda, pero la vida avanza y quién sabe en qué esquina podemos encontrar a quien nos ayude a cargarla. Yo he encontrado a ese alguien. Jamás imaginé que algo así fuera posible, que volvieran a sorprenderme y a motivarme como lo hace ella.

Enamorarse cuando uno no sabe nada de la vida más que lo que le transmiten los sentidos es fácil, pero cuando la vida te ha destrozado sin piedad lo normal es darse por vencido y pensar que el corazón no se regenera.

Es otra clase de amor, eso sí, quizás del que no esperas más que vivirlo al día. No sé si mi corazón se recuperaría de un nuevo golpe, pero ahora no pienso en ello. Lo que tengo es un regalo inesperado que me ha enseñado a descubrir que hay vida después de la no vida.

Hay salida. La verdad, no sé si siempre. Puede que haya para quien la salida sea el darse por vencido. No seré yo quien lo critique. Al contrario, lo comprendo porque yo mismo he avistado esa salida en mi viaje a alguna parte.

Que iba a alguna parte lo supe no hace mucho. Al inicio del camino sólo sabía que viajaba. Ni mucho menos estaba descartado el salto desde el acantilado…

Gracias, Lorena, por ofrecerme la mano para mantenerme en pie y ayudarme a trazar mi camino.

Me gusta mi vida

Thelma & Louise

Sé que corro el riesgo de parecer uno de esos gurús que sueltan frases de autoayuda que quedan tan bien junto a una bonita foto en los muros de Facebook. “La vida es lo que tú quieres que sea”. “No pierdas el tiempo lamentando el pasado y disfruta del presente”. “Cuando una puerta se cierra, otra se abre”. “La vida es como un huerto, que nos regala frutos en función de las semillas que hayamos plantado”.

Vale, la última es cosecha propia, pero las hay muy parecidas. Os invito a que dejéis en los comentarios otras que hayáis leído o que se os hayan ocurrido. Luego podemos elegir las mejores… Bueno, que me enrollo. Lo que os quería decir es que no sé si esos gurús tienen o no razón. Yo nunca he leído libros de autoayuda, y mirad que he tenido motivos para hacerlo… La verdad es que posiblemente este blog haya cumplido esa función.

Que mi propia experiencia pueda ser ejemplo para otras personas que lo están pasando mal me motiva a seguir escribiendo, a explicaros que, por difícil que resulte de creer, sí hay salida. Siempre la hay.

Yo lo he pasado muy mal. Me llegué a sentir anulada como persona, pero eso forma parte del pasado. No hay que olvidarlo para no perder el norte, pero ya está. No podemos refugiarnos en la desgracia ni tomarla como excusa para no actuar.

Os tengo que decir, y no sabéis cuánto me alegro de hacerlo, que me gusta mi vida. He descubierto una Lorena que nunca habría imaginado que existiera, pero no ha surgido como por arte de magia. He sido yo misma, gracias también a todo lo que arrastro, quien la ha moldeado. Soy una persona diferente. Nuestras experiencias necesariamente nos marcan, y en mi caso debo deciros que lo han hecho para mejorar. Ahora soy una mujer orgullosa de serlo; orgullosa de mis virtudes y mis defectos; con la capacidad para elegir qué quiero hacer y con quién quiero hacerlo. Os lo decía el otro día: yo dirijo mi vida y soy la responsable de todas las decisiones que me afectan.