Ser consecuente

Oscar Wilde

Cuando una decide ser consecuente y guiar su vida en base a unos valores y unas reglas determinados, corre el riesgo de perder cosas muy buenas.

Al principio puede parecer absurdo, te puedes arrepentir y repetirte que estás siendo estúpida, pero a la larga ser consecuente siempre es la mejor opción.

Las últimas semanas he estado viviendo en una burbuja, parecía la protagonista de una historia de cuento. Me sentía una especie de Cenicienta o de Julia Roberts en ‘Pretty woman’ (obviando la parte prostituta del asunto). El problema es que yo no estaba enamorada del príncipe azul. Me sentía, más bien, su mejor amiga, con derecho a roce, sí, pero la magia se rompió cuando supe que él bebía los vientos por “su princesa”.

He sido honesta y consecuente, así que vuelvo a estar disponible. ¿He sido estúpida? Si fuera una persona superficial, de las que sueñan con sacrificar su dignidad por una vida de lujo, sin duda. Pero yo no volveré a sacrificar mi dignidad. No volveré a autoengañarme ni a engañar a quien confíe en mí, y mantener esa relación habría sido un engaño. No va conmigo; ya, no.

Quiero construir un relato sólido, que contraste con la mojigata que era, que sirva de ejemplo para mi hijo, no para que lo copie, sino para que crea de verdad en que el mejor camino es siempre el del respeto a uno mismo.

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Me gusta mi vida

Thelma & Louise

Sé que corro el riesgo de parecer uno de esos gurús que sueltan frases de autoayuda que quedan tan bien junto a una bonita foto en los muros de Facebook. “La vida es lo que tú quieres que sea”. “No pierdas el tiempo lamentando el pasado y disfruta del presente”. “Cuando una puerta se cierra, otra se abre”. “La vida es como un huerto, que nos regala frutos en función de las semillas que hayamos plantado”.

Vale, la última es cosecha propia, pero las hay muy parecidas. Os invito a que dejéis en los comentarios otras que hayáis leído o que se os hayan ocurrido. Luego podemos elegir las mejores… Bueno, que me enrollo. Lo que os quería decir es que no sé si esos gurús tienen o no razón. Yo nunca he leído libros de autoayuda, y mirad que he tenido motivos para hacerlo… La verdad es que posiblemente este blog haya cumplido esa función.

Que mi propia experiencia pueda ser ejemplo para otras personas que lo están pasando mal me motiva a seguir escribiendo, a explicaros que, por difícil que resulte de creer, sí hay salida. Siempre la hay.

Yo lo he pasado muy mal. Me llegué a sentir anulada como persona, pero eso forma parte del pasado. No hay que olvidarlo para no perder el norte, pero ya está. No podemos refugiarnos en la desgracia ni tomarla como excusa para no actuar.

Os tengo que decir, y no sabéis cuánto me alegro de hacerlo, que me gusta mi vida. He descubierto una Lorena que nunca habría imaginado que existiera, pero no ha surgido como por arte de magia. He sido yo misma, gracias también a todo lo que arrastro, quien la ha moldeado. Soy una persona diferente. Nuestras experiencias necesariamente nos marcan, y en mi caso debo deciros que lo han hecho para mejorar. Ahora soy una mujer orgullosa de serlo; orgullosa de mis virtudes y mis defectos; con la capacidad para elegir qué quiero hacer y con quién quiero hacerlo. Os lo decía el otro día: yo dirijo mi vida y soy la responsable de todas las decisiones que me afectan.

Ahora controlo las riendas de mi vida

Autora: Alicia Heredia

Fantástica foto de Alicia Heredia.

Por fin he vuelto. Me tenéis que disculpar por haber estado desaparecida tantos días, pero es que últimamente me han pasado muchas cosas y he necesitado un poco de tiempo para asimilar los cambios.

La tercera impresión fue buena. Nunca pensé que pudiera congeniar con alguien tan diferente a mí.

Os tengo que hacer una confesión. El encuentro inesperado que tuve en Tenerife fue con el tipo que provocó que me echaran del trabajo en el aeropuerto. Es difícil de creer, pero prometo que es cierto.

Está tan forrado como sospechaba y es un cabrón, pero no tanto como creía. Tiene salvación.

Hablamos mucho, la noche que escribí el post anterior y los días siguientes. Se disculpó y me ofreció la posibilidad de incluirme en algún proceso de selección de las muchas empresas donde tiene contactos.

¿Sabéis qué? He estado toda la vida puteada, incluso cuando no era consciente de ello. Nunca he tenido enchufe en ningún sitio y se me ha quedado la misma cara de tonta que a la mayoría de los que leéis esto cuando he visto cómo un empleo que parecía hecho a mi medida se lo daban al enchufado de turno. He tenido que trabajar por cuatro duros, un montón de horas todos los días, para salir adelante. No os estoy contando nada que no sepáis por experiencia propia. Vivimos en un país de mierda donde el mérito que más se valora es tener buenos contactos.

Pues bien, yo por fin tengo uno buenísimo. Un pastoso forrado hasta las cejas, que nunca entenderé por qué ha entrado en mi vida, pero que, desde luego, me la está cambiando.

Hace tres días me hicieron una entrevista para un puesto administrativo en las oficinas de Barcelona de una importante empresa tecnológica. Mi “enchufe” me aseguró que lo único que iba a hacer por mí era conseguir que me incluyeran en el proceso de selección, así que que me contratasen o no dependería de mis aptitudes. No sé si intercedió o no, si la entrevista y la prueba práctica (muy completita, por cierto) fueron un paripé, pero me da igual. Lo importante es que por fin tengo un empleo digno, con un sueldo digno, unas condiciones laborales dignas, vacaciones y los fines de semana libres para disfrutar de mi hijo y hacer lo que nos dé la gana.

Al final resulta que aquel incidente en el aeropuerto fue una de las mejores cosas que han pasado en la vida. Ya no necesito ni quiero trabajar doce horas diarias, no necesito tres miniempleos para pagar las facturas. Voy a poder ir a buscar a mi hijo al cole y llevarlo al parque todas las tardes.

Cuando echo la vista atrás me doy cuenta de lo mucho que he crecido como persona. Ya hace tiempo que dejé de ser una mojigata con la personalidad anulada por un gilipollas del que me resulta incomprensible que llegara a enamorarme. Cuando se largó me convertí en una amargada en batalla constante contra el mundo, pero ya no. Ahora controlo las riendas de mi vida. He decidido pasarlo bien y aprovechar todas las oportunidades que se me presenten para sentirme una mujer poderosa. No sé explicar cómo ni por qué he experimentado esta evolución, pero sí sé que ahora siento que lo que sucede a mi alrededor depende de mí. Soy yo quien provoca los cambios, y ése es un poder inigualable.

Segunda impresión

velada

Estoy muerta. Mi cerebro me pide que desconecte inmediatamente, pero no puedo acostarme sin antes escribir esto. Mañana seguro que lo veo de otra forma y si lo dejo para entonces el post no reflejará lo que quiero expresar.

Cuando a una le suceden cosas como la que he vivido yo esta noche cuesta mucho no creer en el destino, en las segundas oportunidades y en reflexiones recurrentes, como esa que dice que cuando una puerta se cierra otra se abre. Ya me entendéis.

No voy a dar muchos detalles porque ya he dicho que mañana seguro que lo veo de otra manera y tendría que editar lo que estoy escribiendo.

Sólo os diré que esta noche he tenido un encuentro especial, uno de ésos que se recuerdan para siempre, no necesariamente porque haya sido mágico ni maravilloso, sino porque ha sido del todo inesperado, muy desagradable a priori, pero realmente interesante al final.

A veces las segundas impresiones dicen mucho más de las personas que las primeras. Pero, de todas formas, esperaré a la tercera, que ya estoy bastante escarmentada.

Se acabó el victimismo

VICTIMISMO

Si en algo estamos de acuerdo quienes compartimos este espacio es que la vida es una mierda. El mundo se ha confabulado en nuestra contra y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo, así que lo único que nos queda es el derecho al pataleo, quejarnos amargamente para desahogarnos y compartir las penas. Pues no. Eso se acabó. Se acabó el victimismo, el lamentarnos por ser unos pobres desgraciados predestinados a sufrir, sufrir y sufrir. La vida es una mierda, sí (¿os lo había dicho ya?), y eso es suficiente castigo como para encima martirizarnos y regodearnos en nuestra desgracia.

Me voy de vacaciones. Al carajo ese destino. Me han despedido, ya os lo conté. Pues he decidido que con la indemnización me voy a regalar las mejores vacaciones de mi vida. Me voy con mi hijo, y os puedo asegurar que voy a dejar que me cuiden y que me voy a reír como no lo he hecho en mucho tiempo. Ya os contaré.

Vuelvo a ser alguien

margarita deshojada

Hasta hace unos días me había comportado como una empleada ejemplar. Hacía mi trabajo de forma mecánica y ocupaba mi mente con las historias que me inventaba, pero llegó el momento en que empezaba a cuestionarme mi situación. Ya no era simplemente un alma en pena, destrozada, y dolida con la vida; empezaba a tener nuevas inquietudes y cada vez odiaba más dedicar mi tiempo a limpiar la porquería de otros, aunque me pagaran (mal) por hacerlo. Ya no tendré que preocuparme por ello.

Siento que vuelvo a ser alguien. Y eso es mucho más de lo que logré durante mi vida anterior, la de esposa ejemplar, madre ejemplar, mujer ejemplar, responsable, atenta, coqueta, sonriente… A la mierda tanta ejemplaridad. Pensando en los demás, en lo correcto, lo único que conseguí fue ser abandonada por mi “amante” esposo. Cuando descubrí que tenía unos cuernos de medida XXL (después de todo a Matías le iban las jóvenes no tan ejemplares), el señor se largó sin atreverse a dar explicaciones.

Al principio me culpé por ser tan gilipollas. Tras tantos años de fidelidad incondicional perdí buena parte de mi amor propio, así que me empeñé en buscar el fallo en mí misma. Yo tenía que ser responsable de que aquel cabrón me hubiera engañado. Ahora, sin embargo, estoy recuperando el orgullo y me sigo culpando, pero no por haber fallado en mi matrimonio, sino por no haber sido yo la que abandonara a un tipo que lo único que me provoca ya son náuseas.

A pesar de todo, sí ha quedado algo bueno de mis largos años como mojigata: mi hijo, por quien vale la pena todo el sufrimiento vivido.

Voy a salir de la ciénaga

ciénaga

La vida es una mierda. Sí, sé que no descubro nada nuevo. Lo escribo para reafirmarme en ello. Es una mierda de la que los miserables no podemos escapar. Lo tienen todo muy bien montado para que vivamos con la falsa ilusión de que es posible, pero la puta verdad es que no. Cuando una cree que existe una pequeña opción de sacar el cuello de la ciénaga la realidad se manifiesta con toda su crudeza para recordarnos cuál es el lugar que nos corresponde. Y aquí estoy, quejándome amargamente de que por culpa de un maldito pastoso, de ésos para los que una mujer de la limpieza del aeropuerto no es más que eso, una vulgar mujer de la limpieza, un ser inferior sin permiso para pensar que debe limitarse a limpiar lo que los pastosos como él dejan caer convencidos de que están realizando una obra de caridad, pues su basura hace posible que seres inferiores como las mujeres de la limpieza cobren un sueldo que les permite malvivir…, por culpa de ese pastoso he perdido mi trabajo de mierda. Porque he tenido la osadía de mirarle a la cara, y ya se sabe que los esclavos no deben mirar a la cara de sus amos.

No he podido contenerme. Es algo que me supera. Hace unos años me habría callado. Habría asumido que la realidad es así. De hecho, ni siquiera me habría planteado la indignidad que supone que un tipo hable de millones como quien habla de caramelos. Pero ahí estaba él, despidiendo a un subordinado por teléfono porque había fracasado una operación millonaria en la Bolsa. Sin inmutarse, entre sorbo y sorbo de cava del que cobran a cien euros la botella. Él, por supuesto, lo tenía gratis, como merecen los buenos viajeros VIP. Es una cuestión de clases, de categoría humana: los ricos son buenos y requieren de los servicios más exclusivos; los pobres somos escoria que debemos satisfacer sus necesidades. Y si la escoria se rebela, a la puta calle.

¿Pero sabéis qué? Esta vez no voy a volver a caer hasta el fondo de la ciénaga. Me voy a mantener a flote y voy a seguir braceando con la idea tozuda de salir de ella. Me he rebajado demasiadas veces, he permitido que me ninguneen demasiado tiempo, he recibido demasiadas bofetadas, y me ha costado demasiadas lágrimas darme cuenta de que merezco vivir dignamente. Limpiando la basura de los demás sentía que, más allá de lo desagradable del trabajo, me estaban pisoteando. Me sentía como una cucaracha, con la diferencia de que la cucaracha genera alguna reacción. En el aeropuerto a las limpiadoras nos obligan a ser invisibles, a no interactuar con la gente, mucho menos mirarla a los ojos y dirigirle la palabra. Somos un mal necesario y como tal nos tratan.

Estoy harta de que me traten como a una mierda. Y lo que tengo que deciros hoy aquí es que no debéis permitir que nadie lo haga. No sois mierdas. Sois personas con inquietudes y deseos, y lo mínimo que deberíamos esperar del mundo en el que vivimos es que se nos permita soñar con llevarlos a cabo. Yo voy a hacerlo. Y, para empezar, voy a buscar a ese tipo indecente para presentároslo, para que pongáis cara a la indignidad que dirige el mundo. Seguro que conocéis montones de ejemplos, no sólo los que nos vienen a todos a la cabeza, sino de experiencias personales. Os invito a que los compartáis.

Por cierto, si los pastosos son despreciables, mucho peores son los gusanos complacientes que se arrastran a sus pies. Uno de ellos, mi ex jefe, un gilipollas integral.