El limbo de los libros olvidados no es un concepto romántico

Con la vida a cuestas

‘Con la vida a cuestas’, en la Casa Rural La Cueta Alto Sil.

La última vez que me asomé por aquí dediqué mi reflexión a los personajes literarios, concretamente al espacio que ocupan en la mente del autor, y cómo pasan de ser el centro de toda su atención a un mero recuerdo, cariñoso, agradable (o no), emotivo en el mejor de los casos.

Yo puedo considerarme una privilegiada porque dispongo de un espacio propio al que mi creador dirige su atención de vez en cuando, así que por ahora no corro el peligro inmediato de caer en el olvido.

Pero (si habéis leído Con la vida a cuestas) sabéis que no soy conformista, ya no. La vida es demasiado corta y no ofrece tantas oportunidades como para limitarse a verlas venir. No es tan fácil darse cuenta de ello ni, lo más importante, pasar a la acción. Quién sabe, si el cabrón de mi ex no se hubiera largado seguramente ahora seguiría siendo una mojigata ignorante, atrapada en una existencia sumisa e invisible.

De todas formas, hoy no pensaba hablar de mí, no al menos en exclusiva.

En mis largas temporadas de silencio tengo mucho tiempo para pensar, y últimamente he estado profundizando en la reflexión sobre la supervivencia de los personajes. Puede que el tema me esté obsesionando un poco…

Hay algo indiscutible: los personajes literarios tenemos una ventaja respecto a los seres de carne y hueso, y es que nunca morimos. Vale, sí, es obvio que algunos lo hacen en el curso del relato del que forman parte, pero vuelven a la vida cada vez que alguien abre el libro que habitan. Resucitan una y otra vez, no hay nada que limite nuestra esperanza de vida.

En la práctica, sin embargo, quizás no muramos, pero sí podemos quedar atrapados en el limbo de los libros olvidados. Y no, no es un concepto romántico para adornar cuadernos; es una grandísima putada.

En realidad, que eso ocurra es lo más probable por una simple cuestión estadística. Si cada año se publican millones de títulos en todo el mundo, que alguien lea ése del que formas parte (más allá de la familia del autor) ya es en sí un hecho sumamente improbable.

La cuestión realmente significativa entonces es: ¿qué más da que tu creador te recuerde con cariño o que incluso te conceda un blog si el libro que te da la vida no lo lee nadie?

Así que ahí me tenéis, atrapada en mi limbo particular, corroyéndome en mi inconformismo mientras me devano los sesos buscando la fórmula mágica que convierta a Con la vida a cuestas en un libro inmortal e inolvidable.

Benjamín me dice que no me preocupe tanto, que acabaré desarrollando una úlcera, pero claro, él ha escrito otras historias y escribirá más. No lo apuesta todo a una carta.

Y para que le dé una oportunidad al optimismo me enseña la foto que encabeza este texto. «Mira, es en La Cueta. Dalmacio tiene el libro a la vista de todos los que van a alojarse en la casa rural y lo recomienda. Asegura que muchos lo leen y que todavía no ha encontrado a ningún lector descontento. Así que, por los menos en Babia, estáis muy vivos».

Eso está muy bien. Sé que es más de lo que consigue la inmensa mayoría de novelas, pero ya os he dicho que soy inconformista, de modo que voy a seguir comiéndome la cabeza.

Mientras tanto, no estaría mal que leyerais Con la vida a cuestas y la recomendarais a todo el mundo.

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