Dudas

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Tengo la impresión de estar inmerso en un sueño. No en el sentido romántico de la palabra, no porque sea una situación idílica, sino porque no me parece que lo que estoy viviendo sea real. Es como si mi vida de verdad hubiera hecho un paréntesis para permitirme experimentar una especie de juego.

Si me veo desde fuera no acabo de creerme que este tipo que ha dejado de pensar continuamente en su drama personal para preocuparse por otros dramas personales sea yo. Temo que en algún momento la burbuja explotará y volveré a sumirme en el pozo de la nostalgia.

Estos últimos días he conocido a varias personas con historias realmente trágicas, tanto o más que la mía. Algunas son ejemplo admirable de superación, de adaptación a la realidad, lo que demuestra que las personas ansiamos, ante todo, vivir, por muy duro que haya sido el camino.

Otras buscan, como yo, un nuevo comienzo, y lo que más me sorprende es que he llegado a compadecerme de alguna de esas historias. De hecho, ahora mismo formo parte de una de esas vidas destrozadas desde antes de empezar a vivirla. Me ha pedido ayuda, que le acompañe en este nuevo inicio, y aquí estoy, viviendo una vida que no es la mía y que, pensándolo fríamente, no sé si quiero vivir.

Una pausa en este viaje que espero que no sea a ninguna parte.

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Segunda impresión

velada

Estoy muerta. Mi cerebro me pide que desconecte inmediatamente, pero no puedo acostarme sin antes escribir esto. Mañana seguro que lo veo de otra forma y si lo dejo para entonces el post no reflejará lo que quiero expresar.

Cuando a una le suceden cosas como la que he vivido yo esta noche cuesta mucho no creer en el destino, en las segundas oportunidades y en reflexiones recurrentes, como esa que dice que cuando una puerta se cierra otra se abre. Ya me entendéis.

No voy a dar muchos detalles porque ya he dicho que mañana seguro que lo veo de otra manera y tendría que editar lo que estoy escribiendo.

Sólo os diré que esta noche he tenido un encuentro especial, uno de ésos que se recuerdan para siempre, no necesariamente porque haya sido mágico ni maravilloso, sino porque ha sido del todo inesperado, muy desagradable a priori, pero realmente interesante al final.

A veces las segundas impresiones dicen mucho más de las personas que las primeras. Pero, de todas formas, esperaré a la tercera, que ya estoy bastante escarmentada.

Los gatos toman el sol

Nájera

La parte histórica de Nájera.   Foto: turismoenpueblos.es

Estoy en Nájera, un bonito pueblo de La Rioja que hace mil años llegó a ser reino. Esta mañana he salido a pasear para conocer el lugar a donde me ha conducido el destino, ya veremos por cuánto tiempo.

La parte histórica se apiña en torno al monasterio de Santa María la Real, y todo el conjunto queda bajo la protección de una ladera montañosa salpicada de pequeñas cuevas cuyo origen no he acabado de descifrar.

Me he acercado al paseo que discurre paralelo al río, el Najerilla, que marca la división entre la Nájera moderna e industrial y la histórica. Hay varios puentes que lo atraviesan. Desde lo alto de uno de ellos he paseado la mirada por todo el entorno, y lo que me ha llamado más la atención no ha sido el paisaje, sino una anciana que se encontraba en el banco más cercano a mi ubicación.

Podía distinguir sus facciones con claridad. Profundas arrugas surcaban su rostro y tenía el pelo completamente blanco, recogido en dos largas trenzas que reposaban en su pecho y casi le llegaban hasta la cintura. La nariz aguileña y unos ojos oscuros de mirada profunda acababan por darle el inconfundible aspecto de una india americana. Vestía un abrigo de colores vivos y sonreía dejando entrever una dentadura aparentemente perfecta. Debía tener más de ochenta años, pero mi impresión es que se sentía joven, probablemente mucho más que yo.

Sin embargo, su aspecto no era lo más llamativo, sino el hecho de que estaba rodeada de una multitud de gatos de todos los colores y tamaños, que la acompañaban en su baño de sol primaveral. Parecía una estampa sacada de un cuento.

He estado un rato observándolos, y he contado hasta veinticuatro gatos. Los más jóvenes jugaban a revolcarse o a perseguir moscas y mariposas, mientras que los adultos descansaban junto a la anciana, en el mismo banco, sobre sus piernas, o enroscados a sus pies. La mujer los acariciaba y les susurraba palabras que juraría que los animales comprendían, aunque la mayor parte del tiempo simplemente reposaban en silencio. Al cabo de unos minutos la anciana ha decidido que era hora de marcharse, así que se ha incorporado y, apoyada en un bastón de madera, con pasos cortos y pausados, y rodeada de gatos, se ha dirigido hacia uno de los callejones que se perdían en el interior del pueblo.

Perdido. Así me siento yo…, y lo peor es que no sé si quiero encontrarme.

Se acabó el victimismo

VICTIMISMO

Si en algo estamos de acuerdo quienes compartimos este espacio es que la vida es una mierda. El mundo se ha confabulado en nuestra contra y no hay nada que podamos hacer para cambiarlo, así que lo único que nos queda es el derecho al pataleo, quejarnos amargamente para desahogarnos y compartir las penas. Pues no. Eso se acabó. Se acabó el victimismo, el lamentarnos por ser unos pobres desgraciados predestinados a sufrir, sufrir y sufrir. La vida es una mierda, sí (¿os lo había dicho ya?), y eso es suficiente castigo como para encima martirizarnos y regodearnos en nuestra desgracia.

Me voy de vacaciones. Al carajo ese destino. Me han despedido, ya os lo conté. Pues he decidido que con la indemnización me voy a regalar las mejores vacaciones de mi vida. Me voy con mi hijo, y os puedo asegurar que voy a dejar que me cuiden y que me voy a reír como no lo he hecho en mucho tiempo. Ya os contaré.

Cómo duele el recuerdo…

recuerdos

Temo que he empezado a recordar. Nadie puede sobreponerse nunca a la noticia de que su hijo ha muerto. A mí me lo dijeron casi tres semanas después de que ocurriera, estando en la cama de un hospital, sin poder moverme, habiendo sobrevivido milagrosamente al mismo accidente que se lo llevó a él. En aquel momento deseé no haber despertado del coma, pero no fui capaz de asimilar la pérdida. No lo haría del todo hasta regresar a casa, dos meses más tarde. Físicamente estaba bastante recuperado. No así mentalmente. Aún hoy no lo estoy. Es más, ahora mismo creo que me encuentro peor que nunca…, porque he empezado a recordar.

Mi mente borró el accidente. Es posible que sea una especie de mecanismo de defensa. Si no lo recuerdas es como si no hubiera pasado. Ojalá fuera así, pero para que funcionara como un verdadero escudo ante las desgracias debería haber borrado los seis años que compartí con él. Ahora que las imágenes de aquel día han empezado a volver, preferiría mantenerlo en la oscuridad.

Acabo de soñar con el accidente. Es la primera vez que se me aparece. Ha sido una escena corta, justo los segundos previos al impacto, y ahora no puedo borrar de mi cabeza la cara sonriente de Eloy. Una cara adorable, simpática, divertida, ajena a la inminente desgracia. Tener la certeza de que no volveré a ver esa sonrisa es insoportable. ¿Qué puedo hacer?