Estoy de viaje. Tengo ratos de distracción en los que la memoria me da tregua, pero es difícil no caer continuamente en el recuerdo, casi siempre doloroso. La simple visión de un bonito paisaje me traslada a los días de felicidad junto a María, antes de ser padres, y siéndolo… La punzada continúa siendo terrible… ¿En algún momento dejará de serlo?
No sé si llegaré a perdonarla. Me pregunto a menudo si comprendo que me dejara y por qué lo hizo, si habría sido posible comenzar de nuevo los dos juntos. Hago el esfuerzo de ponerme en el papel de ella, y entiendo que el dolor la empujó a marcharse, pero… ¿tuvo que acabar todo así, borrando de un plumazo tantos años en los que fuimos felices?
Me duele tanto recordar a mi hijo, nuestro hijo, que todavía no sé qué siento realmente por la marcha de María. Me duele, pero se me hace muy difícil determinar cuánto, porque pensar en ello me lleva irremediablemente a recordar a Eloy; entonces el dolor se hace insoportable y me obliga a llorar las lágrimas que ya no tengo…
¿Cuánto tiempo puede continuar latiendo un corazón destrozado?
Quiero volver a vivir, pero me cuesta creer que sea posible con el corazón hecho añicos.
Te nominé para el VERY INSPIRING BLOGGER AWARD. Pasa por mi blog. Saludos.
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Qué agradable sorpresa. Muchas gracias.
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La pérdida de un hijo es lo más doloroso que hay y no hace falta vivirlo para saberlo y entenderlo.
Muy buen el texto me encanta
Saludos
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Te agradezco el comentario, Gaviota. Tienes toda la razón.
Un abrazo.
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