Voy a salir de la ciénaga

ciénaga

La vida es una mierda. Sí, sé que no descubro nada nuevo. Lo escribo para reafirmarme en ello. Es una mierda de la que los miserables no podemos escapar. Lo tienen todo muy bien montado para que vivamos con la falsa ilusión de que es posible, pero la puta verdad es que no. Cuando una cree que existe una pequeña opción de sacar el cuello de la ciénaga la realidad se manifiesta con toda su crudeza para recordarnos cuál es el lugar que nos corresponde. Y aquí estoy, quejándome amargamente de que por culpa de un maldito pastoso, de ésos para los que una mujer de la limpieza del aeropuerto no es más que eso, una vulgar mujer de la limpieza, un ser inferior sin permiso para pensar que debe limitarse a limpiar lo que los pastosos como él dejan caer convencidos de que están realizando una obra de caridad, pues su basura hace posible que seres inferiores como las mujeres de la limpieza cobren un sueldo que les permite malvivir…, por culpa de ese pastoso he perdido mi trabajo de mierda. Porque he tenido la osadía de mirarle a la cara, y ya se sabe que los esclavos no deben mirar a la cara de sus amos.

No he podido contenerme. Es algo que me supera. Hace unos años me habría callado. Habría asumido que la realidad es así. De hecho, ni siquiera me habría planteado la indignidad que supone que un tipo hable de millones como quien habla de caramelos. Pero ahí estaba él, despidiendo a un subordinado por teléfono porque había fracasado una operación millonaria en la Bolsa. Sin inmutarse, entre sorbo y sorbo de cava del que cobran a cien euros la botella. Él, por supuesto, lo tenía gratis, como merecen los buenos viajeros VIP. Es una cuestión de clases, de categoría humana: los ricos son buenos y requieren de los servicios más exclusivos; los pobres somos escoria que debemos satisfacer sus necesidades. Y si la escoria se rebela, a la puta calle.

¿Pero sabéis qué? Esta vez no voy a volver a caer hasta el fondo de la ciénaga. Me voy a mantener a flote y voy a seguir braceando con la idea tozuda de salir de ella. Me he rebajado demasiadas veces, he permitido que me ninguneen demasiado tiempo, he recibido demasiadas bofetadas, y me ha costado demasiadas lágrimas darme cuenta de que merezco vivir dignamente. Limpiando la basura de los demás sentía que, más allá de lo desagradable del trabajo, me estaban pisoteando. Me sentía como una cucaracha, con la diferencia de que la cucaracha genera alguna reacción. En el aeropuerto a las limpiadoras nos obligan a ser invisibles, a no interactuar con la gente, mucho menos mirarla a los ojos y dirigirle la palabra. Somos un mal necesario y como tal nos tratan.

Estoy harta de que me traten como a una mierda. Y lo que tengo que deciros hoy aquí es que no debéis permitir que nadie lo haga. No sois mierdas. Sois personas con inquietudes y deseos, y lo mínimo que deberíamos esperar del mundo en el que vivimos es que se nos permita soñar con llevarlos a cabo. Yo voy a hacerlo. Y, para empezar, voy a buscar a ese tipo indecente para presentároslo, para que pongáis cara a la indignidad que dirige el mundo. Seguro que conocéis montones de ejemplos, no sólo los que nos vienen a todos a la cabeza, sino de experiencias personales. Os invito a que los compartáis.

Por cierto, si los pastosos son despreciables, mucho peores son los gusanos complacientes que se arrastran a sus pies. Uno de ellos, mi ex jefe, un gilipollas integral.

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6 comentarios en “Voy a salir de la ciénaga

Una parada en el camino para leerte...

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